Cartografía del despojo: la pugna de dos modelos, recursos naturales versus bienes comunes. Fuente: iconoclasistas.com.ar
Por Hector Zajac |PERFIL
Hay que decirlo: Argentina
contribuye sólo al 0,7% de las emisiones globales. ¿Una nación con ríos
como cloacas abiertas, minas que vierten cianuro y pasteras del siglo
XIX tiene una huella de CO2 por habitante 4.500 veces menor que la
prístina Alemania? Variable que además nos sobrerrepresenta (tenemos la
mitad de su población y cinco veces su superficie). En oposición a
problemas globales como el narcotráfico, cuya visión hegemónica,
convenientemente lejos del ombligo, se centra en la geografía del
origen. Un approach más justo en lo ambiental traslada las emisiones al
consumo: si en una cadena de indumentaria o calzado intervienen
curtiembres y fábricas contaminantes en Marruecos e Indonesia, más del
73% del producto se consume en EE.UU. y la UE con las huellas más altas.
Que además exportan a países en desarrollo con procesos productivos de
tecnologías obsoletas, predando en marcos ambientales vulnerables al
hambre de capitales. Si Kyoto legitimó una responsabilidad desigual por
las emisiones. ¿Por qué autolimitarnos con un voluntarismo fashion de
ONG importada, que asimila targets de reducción a los de países
desarrollados puenteando singularidades, límites y posibilidades de
política real, y cuyas implicancias confunden a la hora de definir la
naturaleza y el orden de jerarquía de una agenda ambiental a futuro?
Apagar incendios fue lema de política energética. Se importaron turbinas
diésel para un aumento sostenido de la demanda que produjo la
reactivación post crisis del 2001.El resultado: un retroceso en cantidad
y calidad, casi un 60% de la electricidad producida proviene de la
quema de combustible fósil, en contraposición con un 40% a fines de los
80. Una matriz que necesita recuperar su potencial hidroeléctrico y
nuclear persistiendo en la explotación petrolera para equilibrar una
caja que importa 5 mil millones de dólares anuales. Las renovables de
bajo impacto que no proveen la intensidad para uso industrial urbano,
pero funcionan a nivel rural comunitario o como back up de redes ya
existentes. Avances en la eólica duplican la potencia de hace dos
décadas, cuando 600 turbinas producían lo mismo que una central
eléctrica de carbón. Merece consideración su desarrollo en “parques” que
apunta a una meseta patagónica rica en sus factores limitantes, viento y
suelo barato. Nuestra deuda ambiental no es con París, sino interna.
Abordarla, es discutir el modelo que impulsa vía expansión agraria y
extractiva desplazamientos que condenan a millones a la urbanización
informal y al ambiente crítico con la que se asocia. Así como a una
deforestación sin precedentes que genera inundaciones y sequías. Un
cambio climático a escala local que padecen quienes carecen y que a la
vez compromete la absorción de CO2 a nivel nacional afectando nuestra
performance global.
Nadie cuerdo sugeriría que el macrismo fuera en contra de lo que da de
comer al país. El modelo agroexportador llegó para quedarse. Sus aristas
más negativas le hacen precio a la región pampeana, pero se despliegan
allí donde la soja se abre paso con topadoras sobre cadáveres de yungas y
de monte chaqueño, atropellando cultura y sustento en una pelea
desigual y de resultado cantado. Acaso lo posible sea parar el abuso.
Los hados de gobernabilidad favorable y de cambio que brevemente
confiere una “luna de miel”, abren un espacio, para exigir y
responsabilizar al Ejecutivo entrante el cumplimiento a rajatabla de la
Ley de Bosques. Pero como la política detesta el vacío, harán falta
estrategias de desarrollo regional para restituir con empleo genuino
aquel que, aunque precario, se perderá. Y para frenar el flujo constante
de población que de otro modo padecerá las “trampas ambientales” de la
urbanización informal. De aquí que el mejor modo de honrar la COP21 sea
una política de Estado para la integración de villas y asentamientos. El
acceso al suelo formal, es acceso al ambiente limpio.
* Geógrafo UBA, Magíster UNY