Tarifas de luz y cambios de hábitos. Héctor Zajac. Para Clarín 9 de enero de 2016.
El principio que
rigió el siglo XX, la idea de una naturaleza dominada con la tecnología,
llevó a su alejamiento. Represas faraónicas, agricultura intensiva en
ambientes no aptos, son marca de época cuya factura se paga con cambio
climático. Una cultura que decanta a escala individual en la asociación
simbólica entre una idea de bienestar con la recreación de un ambiente
opuesto, más que complementario, al circundante. Es común en Buenos
Aires -sin perjuicio de pertenencia social- ver equipos de frío-calor en
cada cuarto de una casa. La escena de locales comerciales abiertos a la
calle, transeúntes vistiendo sweaters en shoppings en tórridos días de
verano, o encargados de edificio desperdiciando ingentes cantidades de
agua potable en el lavado de veredas, resulta surreal para cualquier
europeo. La paradoja: el bienestar se consigue cuanto más distante se
esté de la naturaleza.
La distorsión entre el precio de mercado de la energía eléctrica y el subsidiado instaló una falsa cultura de naturalización de su abundancia que derivó en su despilfarro. Una política que no discierne usuarios por ingreso, selectiva en lo territorial más que en lo social, deriva en la compra de artefactos de consumo intensivo que incrementan demanda hasta la sobrecarga del sistema. La desinversión crónica en el área de distribución, en infraestructura que la administre, evitando los cortes masivos, resultó del desfasaje, con la caída de la convertibilidad, entre pasivos externos en divisa de las empresas y su facturación en pesos devaluados y tarifas congeladas, que un relato que imaginaba logros en records de venta de autos no revirtió.
La distorsión entre el precio de mercado de la energía eléctrica y el subsidiado instaló una falsa cultura de naturalización de su abundancia que derivó en su despilfarro. Una política que no discierne usuarios por ingreso, selectiva en lo territorial más que en lo social, deriva en la compra de artefactos de consumo intensivo que incrementan demanda hasta la sobrecarga del sistema. La desinversión crónica en el área de distribución, en infraestructura que la administre, evitando los cortes masivos, resultó del desfasaje, con la caída de la convertibilidad, entre pasivos externos en divisa de las empresas y su facturación en pesos devaluados y tarifas congeladas, que un relato que imaginaba logros en records de venta de autos no revirtió.
La repentización en el levantamiento de subsidios para el reordenamiento del sector, aún con excepciones de emergencia, es un paso erróneo. La inflación derivada compromete aún más el poder adquisitivo de sectores, cuyo consumo traccionaría positivamente en un contexto ya recesivo. La estanflación resultante troca el paradigma de falsa abundancia energética por la pobreza económica que se dice combatir. Un Estado proactivo debe planificar transdisciplinariamente el delicado equilibrio entre objetivos energéticos, ambientales y económicos. En procura de una distribución socialmente progresiva de los costos.
El consumo eficiente no se logra como respuesta a un sinceramiento de mercado. Se construye con debate en la pluralidad de voces, e impronta educativa y mediática. En Gran Bretaña, Francia y Alemania, una asignatura obligatoria enfatiza el uso racional de la energía mediante reciclaje y reflexión en situaciones climáticas diversas, sobre prácticas de hidratación, exposición solar y dieta, que repercuten en ahorros significativos en salud pública y energía. En los Países Bajos y Escandinavos, un 17% del presupuesto financia subsidios y créditos blandos para el fomento comunal y autogestionado de fuentes renovables, operando a nivel de la oferta nacional con centrales eólicas, de biomasa y mareomotrices. El desafío del siglo XXI es dejar atrás la quimera presuntuosa del control de la naturaleza, para adentrarse en el respeto y conocimiento profundo de sus dinámicas, con políticas y técnicas para un mundo más sustentable y solidario.
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