Fuente: Iconoclasistas.com.ar
Cartografía del despojo: la pugna de dos modelos, recursos naturales versus bienes comunes |
fuente: iconoclasistas.com.ar
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La reconfiguración colonial del capital
transnacional ha evidenciado el enfrentamiento entre dos modelos que piensan el
desarrollo del país en términos absolutamente opuestos. Si por un lado
asistimos al desembarco en nuestra región de multinacionales que buscan
llevarse los bienes naturales como si fueran una mercancía de la cual sólo
desean obtener el mayor lucro posible, sin importarles el arrasamiento
ambiental y social que producen, ni la muerte y desolación que dejan a su paso.
Por otro lado, la/os campesinos, pueblos originarios, asambleas ciudadanas y de
desocupados, que se organizan en defensa y protección de los bienes comunes,
activan un discurso que trasciende lo meramente ecologista para pensar y
discutir qué modelo de país quieren, y articular acciones concretas y
transformadoras que vayan en ese sentido.
Argentina, como Latinoamérica, es una de las
regiones más ricas del mundo, poseedora de tierra abundante, agua,
biodiversidad, todas razones por las cuales ha debido resistir durante más de
500 años la invasión colonizadora y saqueadora.
Hoy la rapiña se encarna en
multinacionales que cuentan con aliados locales y la anuencia de un Estado que
ha respaldado -en sus sucesivos gobiernos- el accionar de estos mercenarios
empresariales. Basta con pensar en la actividad de los agronegocios,
que concentran las tierras en pools de inversión y amplían las ganancias de las
multinacionales de fertilizantes y semillas, promoviendo un “desarrollo”
agrícola que satisface demandas externas mediante el cultivo de soja
transgénica destinada a, la elaboración de agrocombustibles
-promovidos por Estados Unidos que necesita reducir la dependencia petrolera de
Venezuela, Irak, Irán, Arabia Saudita-; la alimentación de ganado europeo; y
las demandas de China e India. Este monocultivo ha ido ocupando valiosas
tierras y hoy, en un país que cuenta con la capacidad de alimentar a 330
millones de personas, el 15% de los niños/as de hasta 5 años sufre de
desnutrición crónica y mueren por día 25 niños/as menores de un año por causas
que podrían evitarse.
También se padece la explotación minera a
cielo abierto, una de las industrias más consumidoras de energía y más
contaminantes del mundo, que destruye montañas mediante un proceso tóxico,
requiriendo enormes volúmenes de agua, generando residuos contaminantes que
afectan los cursos superficiales y se filtran también a las napas subterráneas,
y afectando la salud de la población, la flora y fauna, y la producción de
alimentos. Y el saqueo petrolero, que implica la ocupación de tierras donde
residen desde épocas inmemoriales los pueblos originarios, ocasionando
contaminación, despojo y expulsión.
Todos ellos se regocijan con un botín que expolia
los bienes comunes, a lo cual debe sumarse la nefasta actividad de la industria
pastera, petroquímica, azucarera, etc, que potencian el pillaje de riquezas y
un comercio que engorda las cada vez más obesas ganancias de las grandes firmas
nacionales y multinacionales. El Estado, que debería amparar a la
población, continúa con la entrega y privatización de bienes agotables como
acuíferos, ríos, tierras, minerales, etc.; y otorga permisos para la
construcción de una infraestructura vial, portuaria, energética y de
canalización de grandes ríos que promoverá el saqueo.
Como vemos, el modelo extractivo-exportador sólo
beneficia a unos pocos, a costa de mantener en la pobreza a miles (hay 10,8
millones de pobres y 3,5 millones de indigentes), sostener la concentración de
la riqueza en pocas manos (el 10% de los habitantes más ricos se queda con el
35,2% de la torta, es decir, del total de ingresos percibidos por la población)
y desplazar la posibilidad de definir modos de producción material, social y
subjetiva de la vida basado en las propias especificidades.
Mantener este modelo es profundizar las
condiciones de precarización del trabajo y de la vida, la escasez del agua, la
contaminación de la tierra y el aire, la destrucción de las economías
regionales y de los emprendimientos de pequeños productores. Sólo la
organización de los movimientos sociales, junto al compromiso, el apoyo y la
solidaridad de todos/as puede potenciar prácticas gestadoras de cambios.
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